Adopción o los niños que nadie quiere

Hoy me llama a escribir el debate que se ha abierto en el país en el que resido, México, acerca de la adopción en los matrimonios gays (recién legalizados dicho sea de paso).

Estos días no dejo de escuchar posturas a favor que se apoyan en filosofías, etimologías, etc… pero todo alrededor de la palabra y el concepto de familia, evidentemente ampliándolo, llevándolo a un terreno mucho más realista que idealista, en el que la familia clásica ya no aparece sólo como único modelo y ni siquiera como el más numeroso. Ya por todos es sabido que lo que hoy en día impera es justamente un modelo de organización afectiva doméstica que dista mucho de aquella familia que la cultura judeo-cristiana occidental nos obligó a replicar.

Todo esto escucho y la verdad no me dice nada… así que es aquello que no me están diciendo lo que hoy vengo a presentar aquí; aquello que echo de menos en estos discursos retóricos y románticos, pero poco aterrizados.

Echo de menos que me hablen del niño en adopción. ¿Quién es este niño? ¿de dónde viene? No me es difícil imaginarlo. Hace muy poco a unos queridos amigos españoles les fue por fin entregada (después de 10 años de burocracia y ansiosa espera) su hermosísima hija china, que por razones que ya de sobra conocemos: por el hecho de haber nacido en un país con unas leyes inhumanas, de ser mujer, pobre y además tener una enfermedad –perfectamente curable y reversible en occidente donde hay dinero para costear la operación– fue repudiada y abandonada. Así imagino yo a los niños dados en adopción a las parejas homosexuales: personitas sin futuro a los que la adopción brinda la maravillosa oportunidad de vivir una vida digna. Punto.

Para una servidora no hay más vuelta de hoja. Me importa un rábano si los que adoptan se llaman Jacinto o Mari Rosa, si son judíos o ateos, si les gusta el arte o el fútbol. Lo que me importa, y creo que desde un punto de vista humanista nos debería importar a todos, es que alguien los va amar, alguien los va a acariciar, alguien les va a contar un cuento, alguien los va a tapar en las noches, alguien les va a curar aquel dolor, alguien los va a sostener cuando estén asustados por una pesadilla que los despertó, alguien los va a alentar a que se atrevan, alguien va a confiar en ellos, en resumidas cuentas alguien les va a dar mucho más que un plato de sopa y un techo… y a algunos les va a dar incluso esto, que ni eso tenían antes de llegar al orfanato.

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Para mí se trata de un reciclar, de un trueque: la naturaleza encuentra siempre sus soluciones. Así, nosotros, aprendiendo de ella vemos que hay parejas estériles, o que por su género no pueden concebir, y simultáneamente hay millones de niños abandonados y no deseados, hay millones de parias. ¿Por qué no compensar y compartir el defecto de uno y el sobrante de otro?

Lejos para mí quedan las discusiones morales. Si el sentido común impera ya no es necesario nada más. En una pareja homosexual no habrá mamá y papá,pero ¿importa para que funcione una casa donde se comparten la experiencia, el amor, el dinero, el espacio, la risa y el dolor…? A mi entender no. Pero quizá todo esto lo pienso así porque soy madre y preferiría siempre, sin dudarlo, que si yo falto a mis hijos los cuidara una de tantas parejas gays que quiero y admiro, a que se quedaran tirados en la calle y fueran recogidos y mantenidos por unas monjitas y unos curas o por un gobierno que todo lo hace pésimo. Vamos, no sé qué piensen ustedes pero yo sí digo ¿y por qué no?.

Todos, por naturaleza, sabemos cuidar. Cuidemos de nosotros como humanidad, cuidemos de nuestros niños, dejemos que aquellos que pueden y quieren hacerlo lo hagan, no lo impidamos y menos alegando que es por proteger a esos niños. ¿De qué los estamos protegiendo si son basura, si son desechables para quien los abandonó, si son inservibles para el sistema que no sabe qué hacer con ellos? Demos dos regalos: la posibilidad de dar y la posibilidad de recibir.

 

Contacto: Puedes escribirnos a hola@somosquiero.com y compartir en tu redes:

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