El talón de Google

Nos guste o no somos parte ineludible de un nuevo credo: el googlismo. No tanto una religión porque aún somos conscientes de que no existe nada sobrenatural detrás de esta empresa, dueña y señora de Internet, llamada Google. Pero sí que hemos construido en nuestra vida digital una fe casi inviolable en el motor creado por esta corporación innovadora y revolucionaria. Acudir a su verdad, a su llave, a su mapa, está tan integrado en nuestro pensamiento, trabajo y vida social cotidianos que vivir sin esa luz sería como imaginar un mundo sin móviles y ordenadores personales. Sin embargo, ¿cuál es el precio que pagamos por esa inmortalidad enchufada? ¿Nos ha hecho Google más libres o más dependientes?

La mitología griega nos ha enseñado que ser Dios resulta muy aburrido, y al final te pasas todo el tiempo observando la vida de los mortales. No intervenir y dejarles tropezar con sus errores y estupidez debe ser muy complicado, por lo que Zeus y compañía no paraban tranquilos en el Olimpo (por no hablar de la maldita manía de disfrazarse de todo tipo de animales para seducir al que se pusiera por medio). Hasta ahora, ese Dios supremo denominado Google ha pretendido ser lo que promete detrás de la no intervención, la democratización y la trasparencia. Pero como bien saben los físicos – poco dados a lo sobrenatural – nada permanece inalterable para siempre. Así, en los últimos tiempos, hemos sido testigos de la complicidad del buscador por excelencia con el régimen dictatorial de China. En otras palabras, la censura. Primera gran factura del coloso on line. O tal vez una gran oportunidad, puesto que si este demiurgo acepta ejercer un control detallado sobre contenidos desagradables o desaconsejables para un gobierno totalitario, es la ocasión de exigir un control parecido sobre la mentira disfrazada de verdad en sus resultados, y el efecto pernicioso que puede ocasionar en ciudadanos no vacunados contra la propaganda, el fanatismo o la difamación.

En su libro titulado Net Delusion: The Dark Side of Internet Freedom – de próxima aparición traducida al castellano -, el autor Evgeny Morozov nos alerta sobre el espejismo de la libertad en Internet. Y si bien esto no es nuevo para cualquier usuario despierto, este norteamericano lleva algún tiempo reclamando que la gran puerta de acceso a la información y su categorización, que es Google, asuma responsabilidades y desarrolle no tanto una censura sino un control de calidad sobre sus resultados. Y, ¿a qué nos referimos con calidad? O mejor dicho, ¿quién decide lo que es bueno, conveniente o censurable?

Morozov publicó el mes pasado en el periódico El País una reflexón titulada «Internet y el control de calidad» en la que explica cómo lo que algunos llaman «la universidad de Google» está ayudando a la propagación de movimientos tan perniciosos como el de la antivacunación. En concreto el peligro que supone – sobre todo con la incorporación de la denominada búsqueda social de Google+ – que si existe una mayoría de usuarios activos en la red a favor de un pensamiento tramposo y mal documentado como el de la antivacunación, el motor de búsqueda pueda arrojar un equilibrio desfavorable a la información científica – es decir, probada y contrastada – en un asunto de salud internacional, que afecta a Derechos Humanos tanto del adulto como del niño. Algo parecido a lo que se ha venido construyendo en la red con asuntos como el creacionismo, el SIDA, o las teorías conspiracionistas del 11S. Como nota nacional, la entrada «Madrid 11M» en Google lista en primer lugar el informe especial online publicado por el periódico El Mundo

¿Podemos acogernos al Derecho a la Información libre en estos casos? ¿No es equiparable el perjuicio que una información sesgada sobre SIDA o antivacunación puede producir, a los controles que se hacen sobre las entradas que conducen a temas como suicidio? Tal y como plantea Morozov, hay dos cosas que le podemos pedir a Google: «una es la de capacitar a nuestros navegadores para que señalen la información que pueda ser sospechosa o cuestionada. Así, cuando una afirmación como «la vacunación causa autismo» aparezca en nuestros navegadores, esa frase podría estar marcada en rojo, lo que nos aconsejaría consultar una fuente más autorizada». Y la segunda opción es «la de ir haciendo que los motores de búsqueda asuman una mayor responsabilidad con relación a sus índices y ejerzan un control más riguroso al presentar los resultados de búsqueda de temas tales como «calentamiento global» o «vacunación». Un sistema como el que sugiere este autor consentiría que «cada vez que los usuarios reciban unos resultados que les van a remitir a sitios en manos de seudocientíficos o de teóricos de la conspiración, Google podría simplemente desplegar un amplio banner en rojo pidiendo a los usuarios que sean cautos y consulten una lista previamente establecida de fuentes autorizadas antes de formarse una opinión».

Este debate de supervisión y categorización de resultados puede ser esencial en los próximos años por muchos motivos, y ante todo uno: la inminente regulación territorial sobre el monopolio sui generis que ejerce Google en las búsquedas. Porque, si van a aparecer otros motores, ¿que sucederá con su calidad? ¿Cada verdad y cada fe tendrán su propio buscador?

Contacto: Puedes escribirnos a hola@somosquiero.com y compartir en tu redes:

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