Polly Pockets

De pequeña tuve dos Polly Pockets: uno tenía forma de concha rosa y guardaba una cafetería típica americana. El otro, tenía forma de corazón gordo, y era también rosa, pero escondía un castillo ¡con pasadizo secreto! Ese pasadizo secreto era el summum de cómo hacer algo cursi pero emocionante (podías emparedar a tu príncipe azul ahí).

Nunca hubiera imaginado, entre meccanos, legos y polly pockets (oigan, no todo lo que tenía era rosa). Yo lo que quería de verdad era un parking, uno con muchas vueltas, que acabaría viviendo en una de esas cajitas. Con lo majos que eran los meccanos y los legos. Lo expandibles que eran. Pues no, cajita.

Mi generación vive una serie de ironías con bastante mala leche: lo íbamos a tener todo, y antes de que tuviéramos tiempo de equivocarnos por nosotros mismos, lo perdimos todo. Y ahora tenemos que ver qué podemos hacer con lo que nos han dejado. La cosa es que, por mucho que nos fastidie (y sepan que nos fastidia mucho, mucho) no vamos a tener ni trabajo fijo, ni casas de nuestra propiedad, ni 2 coches, ni perro, ni lavadora. Al menos, no sin muchísimo esfuerzo. Nos esperan años (¡vidas!) de supervivencia completamente contraintuitiva. Ahora bien, somos los primeros en admitir que lo que había antes era simplemente insostenible. Así que volver a hacer lo mismo, solo nos va a llevar al mismo sitio. A lo mejor no deberíamos tener muchas de esas cosas. Lo que nos fastidia es no tener ni la opción de cagarla, como la tuvieron los que nos preceden.

Verán, con todo esto de la innovación parece que siempre hablamos de más. Incluso si les hablo de innovación para espacios sostenibles, pequeños, eficientes, cabe la posibilidad de acabar hablando de mesas que son camas que son sillas que son sofás. Pero no se engañen. Para nosotros, para los que tomamos las calles el año pasado y nos morimos un poco cada vez que despertamos con la radio este año, la innovación y la sostenibilidad tiene que ser de menos. Y lo complicado está en que tenemos que aprender a querer ese decrecimiento. Tenemos que reeducarnos a nosotros mismos. Autosugestionarnos. Llegar a creer que menos es mejor, y llegar a construir un menos que, realmente, sea mejor.

Tenemos mucho que hacer para llegar a menos. Y posiblemente, no sea nada de color de rosa.

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